Post by Admin on Jan 26, 2021 2:39:28 GMT
EL TRASFONDO DE LOS JUICIOS DE LAS TROMPETAS
Varias áreas del significado simbólico de las trompetas están a la vista en este pasaje. Primera, se usaban trompetas en la liturgia del Antiguo Testamento para procesiones ceremoniales, particularmente como escoltas para el arca del pacto (véase Apocalipsis 11:19); el ejemplo obvio y principal de esto es la marcha alrededor de Jericó antes de que cayese (Josué 6; véase 1 Crónicas 15:24; Nehemías 12:41; Apocalipsis 11:13).
Segunda, se hacían sonar las trompetas para proclamar el gobierno de un nuevo rey (1 Reyes 1:34, 39; véase Salmos 47:5; Apocalipsis 11:15).
Tercera, la trompeta hacía sonar una alarma, advirtiendo a Israel del juicio que se aproximaba e instando al arrepentimiento nacional (Isaías 58:1; Jeremías 4:5-8; 6:1, 17; Ezequiel 33:1-6; Joel 2:1, 15).
Cuarta, Moisés recibió instrucciones de usar dos trompetas de plata tanto “para convocar a la congregación” para la adoración como “para mover los campamentos” para el combate con el enemigo (Números 10:1-9). Es significativo que estos dos propósitos, la guerra santa y la adoración, se mencionan juntos. Por supuesto, la ironía en Apocalipsis es que Dios ahora ordena que las trompetas de la guerra santa se hagan sonar contra el mismo Israel.
Quinta, las trompetas también se hacían sonar en las fiestas y en el primer día de cada mes (Números 10:10), con énfasis especial en Tishri 1, el día de Año Nuevo civil (en el año eclesiástico, el primer día del séptimo mes); este Día de las Trompetas era el reconocimiento litúrgico especial del Día del Señor (Levítico 23:24-25; Números 29:1-6). Por supuesto, al trasfondo más básico de todo esto es la nube de gloria, que está acompañada por trompetazos angélicos anunciando la soberanía y el juicio del Señor (Éxodo 19:16); la liturgia terrenal del pueblo de Dios era una recapitulación de la liturgia celestial, otra indicación de que el pueblo redimido de Dios había sido restaurado a su imagen. (Esta era la razón del método que el ejército de Gedeón usó para poner en fuga a los madianitas en Jueces 7:15-22: rodeando al enemigo con luces, griterío, y el sonido de trompetas, los israelitas eran un reflejo divino del ejército celestial de Dios en la Nube, viniendo en venganza contra los enemigos de Dios).
No sólo recordándonos la caída de Jericó, los juicios acarreados por el sonido de las trompetas en Apocalipsis también recuerdan las plagas que cayeron sobre Egipto antes del éxodo. Juntas, están representadas como destruyendo la tercera parte de la tierra. Obviamente, puesto que el juicio no es ni total ni final, no puede ser el fin el mundo físico. Sin embargo, la devastación es tremenda, y trabaja para producir el fin de la nación judía, el sujeto de estas terribles profecías. Israel se ha convertido en una nación de egipcios y cananeos, y peor: una tierra de apóstatas del pacto. Todas las maldiciones de la ley están a punto de ser derramadas sobre los que una vez fueron el pueblo de Dios (Mateo 23:35-36). Los cuatro primeras trompetas se refieren aparentemente a la serie de desastres que devastaron a Israel en los últimos días, y principalmente a los eventos que condujeron al comienzo de la guerra.
LA PRIMERA TROMPETA
Mientras que los juicios de los sellos eran medidos en cuartos, los juicios de las trompetas eran medidos en tercios. Suena la primera trompeta (Apocalipsis 8:6-7), y cae una triple maldición (granizo, fuego, sangre), que afecta un tercio de la tierra; tres objetos en particular son seleccionados. Juan ve “granizo y fuego, mezclados con sangre, y fueron lanzados a la tierra”. La sangre de los testigos muertos se mezcla con el fuego del altar, trayendo ira sobre los perseguidores. El resultado de esta maldición, que tiene algunas similitudes con la séptima plaga de Egipto (Éxodo 9:22-26), es el incendio de una tercera parte de la tierra y la tercera parte de los árboles, y toda la hierba verde (es decir, toda la hierba verde de un tercio de la tierra; véase Apocalipsisa 9:4). Si los árboles y la hierba representan al remanente elegido (como parecen hacerlo en 7:3 y 9:4), esto indica que no están exentos del sufrimiento físico y la muerte al caer la ira de Dios sobre los impíos. Sin embargo, (1) la iglesia no puede ser destruida completamente en ningún juicio (Mateo 16:18), y (2) a diferencia de los impíos, el destino final de los impíos no es la ira sino la vida y la salvación (Romanos 2:7-9; 1 Tesalonicenses 5:9).
Por otra parte, los impíos sólo tienen delante de ellos ira y angustia, tribulación y aflicción (Romanos 2:8-9). Literalmente, la vegetación de Judea, y especialmente de Jerusalén, fue destruida en los métodos militares romanos de tierra arrasada, como informa Josefo: “Como la ciudad, el campo era un espectáculo lastimoso, porque donde una vez había habido una multitud de árboles y parques, ahora había un completo desierto desnudo de árboles; y ningún extranjero que hubiese visto la antigua Judea y los gloriosos suburbios de su capital y que ahora contemplase la total desolación, podría contener las lágrimas ni suprimir un gemido al ver un cambio tan terrible. La guerra había borrado todo rastro de belleza, y nadie que hubiese conocido la ciudad en el pasado y hubiese regresado a ella repentinamente habría reconocido el lugar porque, aunque él ya estaba allí, todavía estaría buscando la ciudad” (The Jewish War,vi.1.1). Y sin embargo, éste era sólo el comienzo: muchas más tristezas, y mucho peores, esperaban delante (véase 16:21).
LA SEGUNDA TROMPETA
Con el trompetazo del segundo ángel (Apocalipsis 8:8-9), vemos un paralelo con la primera plaga de Egipto, en la cual el Nilo se convirtió en sangre y los peces murieron (Éxodo 7:17-21). La causa de esta calamidad fue que una gran montaña ardiendo fue lanzada al mar. El significado de esto se hace claro cuando recordamos que la nación de Israel era el “Santo Monte” de Dios, “el monte de la herencia de Dios” (Éxodo 15:17). Como el pueblo redimnido de Dios, los hebreos habían sido traídos de vuelta al Edén, y el uso repetido de la imagen de la montaña a lo largo de su historia incluyendo el hecho de que el monte de Sión era el símbolo aceptado de la nación) demuestra esto vívidamente. Pero ahora, como apóstata, Israel se había convertido en un “monte destructor”, contra el cual se había vuelto la ira de Dios. Ahora Dios habla de Jerusalén en el mismo lenguaje que Él una vez usó para hablar de Babilonia, un hecho que será central en las imágenes de este libro:
He aquí yo estoy contra ti, monte destruidor, dice Jehová, que destruiste toda la tierra; y extenderé mi mano contra ti, y te haré rodar de las peñas, y reduciré a monte quemado. … Subió el mar sobre Babilonia; de la multitud de sus olas fue cubierta (Jeremías 51:25, 42).
Conéctese esto con el hecho de que Jesús, en la mitad de una larga serie de discursos y parábolas sobre la destrucción de Jerusalén (Mateo 20-25), maldijo a una higuera estéril como símbolo de juicio sobre Israel. Luego les dice a sus discípulos: “De cierto os digo, que si tuviéseis fe, y no dudaseis, no sólo haréis esto de la higuera, sino que, si a este monte dijéreis: Quítate y échate en el mar, será hecho. Y todo lo que pidiéreis en oración, creyendo, lo recibiréis” (Mateo 21:21-22). ¿Estaba Jesús siendo frívolo? ¿En realidad esperaba que los discípulos fueran por allí orando para que los montes literales se movieran? Por supuesto que no. Lo que es más importante, Jesús no había cambiado el tema. Todavía les estaba dando una lección sobre la caída de Israel. ¿Cuál era la lección? Jesús estaba dando instrucciones a sus discípulos para que elevasen oraciones imprecatorias, suplicando que Dios destruyese a Israel, secase la higuera, y echase al mar al monte apóstata.
Y eso fue exactamente lo que sucedió. La perseguida iglesia, bajo la opresión de los judíos apóstatas, comenzó a orar pidiendo la venganza de Dios sobre Israel (Apocalipsis 6:9-11), pidiendo que el monte de Israel fuese “tomado y echado en el mar”. Sus ofrendas fueron recibidas en el altar celestial de Dios, y en respuesta, Dios dio instrucciones a los ángeles para que arrojaran sus juicios sobre la tierra (Apocalipsis 8:3-5). Israel fue destruido. Debemos notar que Juan está escribiendo esto antes de la destrucción, para la instrucción y el estímulo de los santos, para que continuasen orando con fe. Como les había dicho al principio: “Bienaventurado el que lee y los que oyen las palabras de la profecía, y guardan las cosas en ella escritas, porque el tiempo está cerca” (Apocalipsis 1:3).
Varias áreas del significado simbólico de las trompetas están a la vista en este pasaje. Primera, se usaban trompetas en la liturgia del Antiguo Testamento para procesiones ceremoniales, particularmente como escoltas para el arca del pacto (véase Apocalipsis 11:19); el ejemplo obvio y principal de esto es la marcha alrededor de Jericó antes de que cayese (Josué 6; véase 1 Crónicas 15:24; Nehemías 12:41; Apocalipsis 11:13).
Segunda, se hacían sonar las trompetas para proclamar el gobierno de un nuevo rey (1 Reyes 1:34, 39; véase Salmos 47:5; Apocalipsis 11:15).
Tercera, la trompeta hacía sonar una alarma, advirtiendo a Israel del juicio que se aproximaba e instando al arrepentimiento nacional (Isaías 58:1; Jeremías 4:5-8; 6:1, 17; Ezequiel 33:1-6; Joel 2:1, 15).
Cuarta, Moisés recibió instrucciones de usar dos trompetas de plata tanto “para convocar a la congregación” para la adoración como “para mover los campamentos” para el combate con el enemigo (Números 10:1-9). Es significativo que estos dos propósitos, la guerra santa y la adoración, se mencionan juntos. Por supuesto, la ironía en Apocalipsis es que Dios ahora ordena que las trompetas de la guerra santa se hagan sonar contra el mismo Israel.
Quinta, las trompetas también se hacían sonar en las fiestas y en el primer día de cada mes (Números 10:10), con énfasis especial en Tishri 1, el día de Año Nuevo civil (en el año eclesiástico, el primer día del séptimo mes); este Día de las Trompetas era el reconocimiento litúrgico especial del Día del Señor (Levítico 23:24-25; Números 29:1-6). Por supuesto, al trasfondo más básico de todo esto es la nube de gloria, que está acompañada por trompetazos angélicos anunciando la soberanía y el juicio del Señor (Éxodo 19:16); la liturgia terrenal del pueblo de Dios era una recapitulación de la liturgia celestial, otra indicación de que el pueblo redimido de Dios había sido restaurado a su imagen. (Esta era la razón del método que el ejército de Gedeón usó para poner en fuga a los madianitas en Jueces 7:15-22: rodeando al enemigo con luces, griterío, y el sonido de trompetas, los israelitas eran un reflejo divino del ejército celestial de Dios en la Nube, viniendo en venganza contra los enemigos de Dios).
No sólo recordándonos la caída de Jericó, los juicios acarreados por el sonido de las trompetas en Apocalipsis también recuerdan las plagas que cayeron sobre Egipto antes del éxodo. Juntas, están representadas como destruyendo la tercera parte de la tierra. Obviamente, puesto que el juicio no es ni total ni final, no puede ser el fin el mundo físico. Sin embargo, la devastación es tremenda, y trabaja para producir el fin de la nación judía, el sujeto de estas terribles profecías. Israel se ha convertido en una nación de egipcios y cananeos, y peor: una tierra de apóstatas del pacto. Todas las maldiciones de la ley están a punto de ser derramadas sobre los que una vez fueron el pueblo de Dios (Mateo 23:35-36). Los cuatro primeras trompetas se refieren aparentemente a la serie de desastres que devastaron a Israel en los últimos días, y principalmente a los eventos que condujeron al comienzo de la guerra.
LA PRIMERA TROMPETA
Mientras que los juicios de los sellos eran medidos en cuartos, los juicios de las trompetas eran medidos en tercios. Suena la primera trompeta (Apocalipsis 8:6-7), y cae una triple maldición (granizo, fuego, sangre), que afecta un tercio de la tierra; tres objetos en particular son seleccionados. Juan ve “granizo y fuego, mezclados con sangre, y fueron lanzados a la tierra”. La sangre de los testigos muertos se mezcla con el fuego del altar, trayendo ira sobre los perseguidores. El resultado de esta maldición, que tiene algunas similitudes con la séptima plaga de Egipto (Éxodo 9:22-26), es el incendio de una tercera parte de la tierra y la tercera parte de los árboles, y toda la hierba verde (es decir, toda la hierba verde de un tercio de la tierra; véase Apocalipsisa 9:4). Si los árboles y la hierba representan al remanente elegido (como parecen hacerlo en 7:3 y 9:4), esto indica que no están exentos del sufrimiento físico y la muerte al caer la ira de Dios sobre los impíos. Sin embargo, (1) la iglesia no puede ser destruida completamente en ningún juicio (Mateo 16:18), y (2) a diferencia de los impíos, el destino final de los impíos no es la ira sino la vida y la salvación (Romanos 2:7-9; 1 Tesalonicenses 5:9).
Por otra parte, los impíos sólo tienen delante de ellos ira y angustia, tribulación y aflicción (Romanos 2:8-9). Literalmente, la vegetación de Judea, y especialmente de Jerusalén, fue destruida en los métodos militares romanos de tierra arrasada, como informa Josefo: “Como la ciudad, el campo era un espectáculo lastimoso, porque donde una vez había habido una multitud de árboles y parques, ahora había un completo desierto desnudo de árboles; y ningún extranjero que hubiese visto la antigua Judea y los gloriosos suburbios de su capital y que ahora contemplase la total desolación, podría contener las lágrimas ni suprimir un gemido al ver un cambio tan terrible. La guerra había borrado todo rastro de belleza, y nadie que hubiese conocido la ciudad en el pasado y hubiese regresado a ella repentinamente habría reconocido el lugar porque, aunque él ya estaba allí, todavía estaría buscando la ciudad” (The Jewish War,vi.1.1). Y sin embargo, éste era sólo el comienzo: muchas más tristezas, y mucho peores, esperaban delante (véase 16:21).
LA SEGUNDA TROMPETA
Con el trompetazo del segundo ángel (Apocalipsis 8:8-9), vemos un paralelo con la primera plaga de Egipto, en la cual el Nilo se convirtió en sangre y los peces murieron (Éxodo 7:17-21). La causa de esta calamidad fue que una gran montaña ardiendo fue lanzada al mar. El significado de esto se hace claro cuando recordamos que la nación de Israel era el “Santo Monte” de Dios, “el monte de la herencia de Dios” (Éxodo 15:17). Como el pueblo redimnido de Dios, los hebreos habían sido traídos de vuelta al Edén, y el uso repetido de la imagen de la montaña a lo largo de su historia incluyendo el hecho de que el monte de Sión era el símbolo aceptado de la nación) demuestra esto vívidamente. Pero ahora, como apóstata, Israel se había convertido en un “monte destructor”, contra el cual se había vuelto la ira de Dios. Ahora Dios habla de Jerusalén en el mismo lenguaje que Él una vez usó para hablar de Babilonia, un hecho que será central en las imágenes de este libro:
He aquí yo estoy contra ti, monte destruidor, dice Jehová, que destruiste toda la tierra; y extenderé mi mano contra ti, y te haré rodar de las peñas, y reduciré a monte quemado. … Subió el mar sobre Babilonia; de la multitud de sus olas fue cubierta (Jeremías 51:25, 42).
Conéctese esto con el hecho de que Jesús, en la mitad de una larga serie de discursos y parábolas sobre la destrucción de Jerusalén (Mateo 20-25), maldijo a una higuera estéril como símbolo de juicio sobre Israel. Luego les dice a sus discípulos: “De cierto os digo, que si tuviéseis fe, y no dudaseis, no sólo haréis esto de la higuera, sino que, si a este monte dijéreis: Quítate y échate en el mar, será hecho. Y todo lo que pidiéreis en oración, creyendo, lo recibiréis” (Mateo 21:21-22). ¿Estaba Jesús siendo frívolo? ¿En realidad esperaba que los discípulos fueran por allí orando para que los montes literales se movieran? Por supuesto que no. Lo que es más importante, Jesús no había cambiado el tema. Todavía les estaba dando una lección sobre la caída de Israel. ¿Cuál era la lección? Jesús estaba dando instrucciones a sus discípulos para que elevasen oraciones imprecatorias, suplicando que Dios destruyese a Israel, secase la higuera, y echase al mar al monte apóstata.
Y eso fue exactamente lo que sucedió. La perseguida iglesia, bajo la opresión de los judíos apóstatas, comenzó a orar pidiendo la venganza de Dios sobre Israel (Apocalipsis 6:9-11), pidiendo que el monte de Israel fuese “tomado y echado en el mar”. Sus ofrendas fueron recibidas en el altar celestial de Dios, y en respuesta, Dios dio instrucciones a los ángeles para que arrojaran sus juicios sobre la tierra (Apocalipsis 8:3-5). Israel fue destruido. Debemos notar que Juan está escribiendo esto antes de la destrucción, para la instrucción y el estímulo de los santos, para que continuasen orando con fe. Como les había dicho al principio: “Bienaventurado el que lee y los que oyen las palabras de la profecía, y guardan las cosas en ella escritas, porque el tiempo está cerca” (Apocalipsis 1:3).