Post by Admin on Feb 28, 2021 2:30:24 GMT
Las venidas de Jehová en el Antiguo Testamento
Jehová “venía” sobre un pueblo para juzgar, saliendo se su lugar celestial. Esto no se trata de que Dios se hiciera humano y descendiera del cielo, sino que era el lenguaje que Dios utilizaba para anunciar juicio sobre alguna nación.
En Is. 19:1, se describe a Jehová montando en una nube para entrar en Egipto para juicio: “Profecía sobre Egipto. He aquí que Jehová monta sobre una ligera nube, y entrará en Egipto”. Is. 19-20 describen un lenguaje muy similar al usado por Jesús en el discurso del monte de los olivos, sin embargo, ocurrió que en menos de 40 años desde la profecía, el cumplimiento de este juicio fue que los asirios, etíopes y divisiones internas egipcias devastaron aquel reino.
En Sal. 18:9-12 se describe a Jehová como descendiendo de los cielos, con nubes en sus pies y recubierto por las nubes del cielo, sin embargo, era el lenguaje que utilizó David para describir el actuar de Dios a su favor para liberarlo de Saúl y sus demás enemigos (Sal. 18:1 cf. 2 Sam. 22).
Nah. 1:3 dice que “Jehová marcha en la tempestad y el torbellino, y las nubes son el polvo de sus pies”, en contra de Nínive; el capítulo acompaña esta afirmación de Dios viniendo en juicio con un cargado lenguaje apocalíptico, mas su cumplimiento fue la destrucción de la ciudad de los asirios —Nínive— por los caldeos en el 612 a.C.
Sobre Jerusalén y Samaria, Miqueas profetiza que “Jehová sale de su lugar, y descenderá y hollará las alturas de la tierra” (Miq. 1:3, cf. 1:1) debido al pecado de Israel. Como en toda profecía apocalíptica, este anuncio se acompaña de un lenguaje típicamente apocalíptico cuyo cumplimiento no se daría literalmente, en este caso se trató del anuncio de destrucción del reino del norte por los asirios en el 722 a.C. y la campaña de este mismo pueblo sobre el reino del sur.
Jehová ‘descendería’ desde el cielo a pelear contra los asirios a favor de Judá, (Is. 31:4) con fuego devorador, torrente de inundación y de azufre, potente voz, trueno y granizo (Is. 30:28-33). Por supuesto que Dios no descendió físicamente del cielo, sino que el cumplimiento de esta afirmación fue que el Señor envió a su ángel que les quitó la vida a decenas de miles de asirios que asediaban Jerusalén (Is. 37:36).
Los casos en que Jehová se describe como ‘viniendo’ o ‘descendiendo’ en las Escrituras no solo están en los textos proféticos, sino que en todo tipo de género en la Biblia: narrativo, poético, profético-apocalíptico, etc. En el género narrativo estas ‘venidas’ pueden tener por manifestación en la historia —por ejemplo— algo como la dispersión de los pueblos y la confusión de sus lenguas por la construcción de la torre de Babel (Gn. 11:5-8) o una manifestación mucho más pasmosa como cuando Dios ‘descendió’ en el desierto: “y estén preparados para el día tercero, porque al tercer día Jehová descenderá a ojos de todo el pueblo sobre el monte de Sinaí… Aconteció que al tercer día, cuando vino la mañana, vinieron truenos y relámpagos, y espesa nube sobre el monte, y sonido de bocina muy fuerte; y se estremeció todo el pueblo que estaba en el campamento” (Ex. 19:11, 16). Josefo —contemporáneo a los discípulos— usaba la misma palabra griega parusía para referirse a esta teofanía del Sinaí y también para las otras intervenciones divinas de Dios en la historia. (Favio Josefo, Antigüedades 3.80, 9.55).
El episodio del Sinaí, bajo muchas perspectivas, resulta particularmente semejante a lo que sucedió en el año 70 d.C., ya que en el siglo I, ambos eventos son identificados como una parusía divina (por Josefo para el caso del Sinaí y por los autores del Nuevo Testamento para designar la segunda venida de Cristo), ambos eventos muestran una manifestación en la nube de gloria, presencia visible de ángeles y varios hechos sobrenaturales, como la nube, truenos y fuertes voces celestiales, tal como narra Éxodo y Deuteronomio en el caso de la manifestación divina del Sinaí, y como narran varios testigos oculares en la destrucción del templo en el año 70:
Antes de la puesta de sol, se mostraron por todas las regiones del país, muchos carros que corrían por todas partes y con ellos escuadrones armados, pasando por las nubes derramadas por las ciudades. (Josefo, Las Guerras de los Judíos, 6.5.3)
Se vio en los cielos luchar ejércitos, armaduras refulgentes, y reverberar el templo con un repentino fuego procedente de las nubes. (Tácito, Libro de las Historias, 5.13)
Cierta figura apareció de enorme tamaño, que muchos vieron, tal como lo han revelado los libros de los judíos, y antes de la puesta del sol, de repente se vieron en las nubes carros en las nubes y conjuntos de batalla armados por los cuales las ciudades de todo Judea y sus territorios fueron invadidas. (Pseudo Hegesipo, 44)
Además, en aquellos días se veían carros de fuego y jinetes, una gran fuerza volando a través del cielo cerca del suelo que viene contra Jerusalén y toda la tierra de Judá, todos ellos caballos de fuego y jinetes de fuego. (Sefer Yosipon, extracto del capítulo 87: La quema del Templo).
También es singular y paralelo que en ambos casos se inicia en plenitud un gran pacto de Dios con el hombre: en el Sinaí se entrega la ley, iniciando en pleno rigor el antiguo pacto, mientras que en el año 70 (según la perspectiva preterista total) se inicia plenamente el siglo venidero y el reino de los cielos, junto con el nuevo pacto, por lo que ambas manifestaciones divinas y portentosas serían el hito inicial definitivo de una gran era de convenio entre Dios y los hombres, los cuales son el periodo teocrático de Israel con el judaísmo sacerdotal y la era de la iglesia basada en el ministerio de Jesucristo.
En Is. 2:12 se profetiza un ‘día de Jehová’ sobre Judá y Jerusalén (Is. 2:1, 3:1, 3:8) y las naciones vecinas (Is. 2:13-16), siendo esta expresión —día de Jehová— un sinónimo de “la presencia temible de Jehová y del resplandor de su majestad” (Is. 2:10), de la cual los hombres se esconderían en las peñas. En la misma profecía vemos que la expresión ‘el día de Jehová’ (Is. 2:12) es un sinónimo para la declaración: “Jehová vendrá a juicio” (Is. 3:14). Todo esto se cumple con la caída de Jerusalén en el 586 a.C. y las incursiones a las naciones vecinas de Judá entre el 585 y el 571 a.C. por los caldeos liderados por Nabucodonosor.
Más ejemplos de ‘venidas’ de Jehová Dios en el Antiguo Testamento se hallan en: Gn. 18:21, Ex. 3:8, 34:5, Núm. 11:17, Dt. 4:11-14, 33:2, Sal. 50:3, 72:6, 96:13, 97:5, 144:5, Is. 26:21, 29:6, 31:4, 64:3, 66:15, Jer. 4:13-28, Os. 8:1, Zac. 1:16, 9:14, 14:3-6.
La naturaleza de la parusía de Cristo sería en su gloria divina, anunciada por Jesús con sus ángeles y en las nubes de gloria: “Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras” (Mt. 16:27, cf. 13:49-50, 24:30-31, 26:63-64 y otros). Luego de su muerte y resurrección, Jesús esperaba recobrar su gloria divina:
Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese. (Jn. 17:5).
Jesús luego de su ascensión al cielo se encuentra a la diestra del poder de Dios (Mr. 16:9, Hch. 2:33, 7:55-56, Rom. 8:34, Col. 3:1, Heb. 12:2, entre otros., cf. Jn. 13:31-36), con aquella gloria divina de antes que lo material existiera. Jesús ahora había reingresado al reino celestial eterno. Así, la Deidad de Cristo —totalmente espiritual e incorruptible— es la naturaleza que, según las Escrituras, se manifiesta en Él después de su ascensión, no su composición carnal y corpórea; como dice Pablo: “la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción” (1 Co. 15:50, cf. 1 Ti. 6:14-16 y Lc. 24:39).
No se trata entonces del regreso físico de un hombre lacerado de unos 65 kg., como plantea la posición futurista, esto no es la gloria divina de Jesús que tenía antes de que el mundo fuese. Como se ha venido diciendo, se trata de una manifestación en su faceta divina y no humana, de la misma forma que Dios juzgaba divinamente en el Antiguo Testamento. La postura preterista afirma que esta "venida", que esta manifestación divina ES la destrucción de Jerusalén y su Templo.
Por Leopoldo :
www.facebook.com/leopoldo.orellana
Jehová “venía” sobre un pueblo para juzgar, saliendo se su lugar celestial. Esto no se trata de que Dios se hiciera humano y descendiera del cielo, sino que era el lenguaje que Dios utilizaba para anunciar juicio sobre alguna nación.
En Is. 19:1, se describe a Jehová montando en una nube para entrar en Egipto para juicio: “Profecía sobre Egipto. He aquí que Jehová monta sobre una ligera nube, y entrará en Egipto”. Is. 19-20 describen un lenguaje muy similar al usado por Jesús en el discurso del monte de los olivos, sin embargo, ocurrió que en menos de 40 años desde la profecía, el cumplimiento de este juicio fue que los asirios, etíopes y divisiones internas egipcias devastaron aquel reino.
En Sal. 18:9-12 se describe a Jehová como descendiendo de los cielos, con nubes en sus pies y recubierto por las nubes del cielo, sin embargo, era el lenguaje que utilizó David para describir el actuar de Dios a su favor para liberarlo de Saúl y sus demás enemigos (Sal. 18:1 cf. 2 Sam. 22).
Nah. 1:3 dice que “Jehová marcha en la tempestad y el torbellino, y las nubes son el polvo de sus pies”, en contra de Nínive; el capítulo acompaña esta afirmación de Dios viniendo en juicio con un cargado lenguaje apocalíptico, mas su cumplimiento fue la destrucción de la ciudad de los asirios —Nínive— por los caldeos en el 612 a.C.
Sobre Jerusalén y Samaria, Miqueas profetiza que “Jehová sale de su lugar, y descenderá y hollará las alturas de la tierra” (Miq. 1:3, cf. 1:1) debido al pecado de Israel. Como en toda profecía apocalíptica, este anuncio se acompaña de un lenguaje típicamente apocalíptico cuyo cumplimiento no se daría literalmente, en este caso se trató del anuncio de destrucción del reino del norte por los asirios en el 722 a.C. y la campaña de este mismo pueblo sobre el reino del sur.
Jehová ‘descendería’ desde el cielo a pelear contra los asirios a favor de Judá, (Is. 31:4) con fuego devorador, torrente de inundación y de azufre, potente voz, trueno y granizo (Is. 30:28-33). Por supuesto que Dios no descendió físicamente del cielo, sino que el cumplimiento de esta afirmación fue que el Señor envió a su ángel que les quitó la vida a decenas de miles de asirios que asediaban Jerusalén (Is. 37:36).
Los casos en que Jehová se describe como ‘viniendo’ o ‘descendiendo’ en las Escrituras no solo están en los textos proféticos, sino que en todo tipo de género en la Biblia: narrativo, poético, profético-apocalíptico, etc. En el género narrativo estas ‘venidas’ pueden tener por manifestación en la historia —por ejemplo— algo como la dispersión de los pueblos y la confusión de sus lenguas por la construcción de la torre de Babel (Gn. 11:5-8) o una manifestación mucho más pasmosa como cuando Dios ‘descendió’ en el desierto: “y estén preparados para el día tercero, porque al tercer día Jehová descenderá a ojos de todo el pueblo sobre el monte de Sinaí… Aconteció que al tercer día, cuando vino la mañana, vinieron truenos y relámpagos, y espesa nube sobre el monte, y sonido de bocina muy fuerte; y se estremeció todo el pueblo que estaba en el campamento” (Ex. 19:11, 16). Josefo —contemporáneo a los discípulos— usaba la misma palabra griega parusía para referirse a esta teofanía del Sinaí y también para las otras intervenciones divinas de Dios en la historia. (Favio Josefo, Antigüedades 3.80, 9.55).
El episodio del Sinaí, bajo muchas perspectivas, resulta particularmente semejante a lo que sucedió en el año 70 d.C., ya que en el siglo I, ambos eventos son identificados como una parusía divina (por Josefo para el caso del Sinaí y por los autores del Nuevo Testamento para designar la segunda venida de Cristo), ambos eventos muestran una manifestación en la nube de gloria, presencia visible de ángeles y varios hechos sobrenaturales, como la nube, truenos y fuertes voces celestiales, tal como narra Éxodo y Deuteronomio en el caso de la manifestación divina del Sinaí, y como narran varios testigos oculares en la destrucción del templo en el año 70:
Antes de la puesta de sol, se mostraron por todas las regiones del país, muchos carros que corrían por todas partes y con ellos escuadrones armados, pasando por las nubes derramadas por las ciudades. (Josefo, Las Guerras de los Judíos, 6.5.3)
Se vio en los cielos luchar ejércitos, armaduras refulgentes, y reverberar el templo con un repentino fuego procedente de las nubes. (Tácito, Libro de las Historias, 5.13)
Cierta figura apareció de enorme tamaño, que muchos vieron, tal como lo han revelado los libros de los judíos, y antes de la puesta del sol, de repente se vieron en las nubes carros en las nubes y conjuntos de batalla armados por los cuales las ciudades de todo Judea y sus territorios fueron invadidas. (Pseudo Hegesipo, 44)
Además, en aquellos días se veían carros de fuego y jinetes, una gran fuerza volando a través del cielo cerca del suelo que viene contra Jerusalén y toda la tierra de Judá, todos ellos caballos de fuego y jinetes de fuego. (Sefer Yosipon, extracto del capítulo 87: La quema del Templo).
También es singular y paralelo que en ambos casos se inicia en plenitud un gran pacto de Dios con el hombre: en el Sinaí se entrega la ley, iniciando en pleno rigor el antiguo pacto, mientras que en el año 70 (según la perspectiva preterista total) se inicia plenamente el siglo venidero y el reino de los cielos, junto con el nuevo pacto, por lo que ambas manifestaciones divinas y portentosas serían el hito inicial definitivo de una gran era de convenio entre Dios y los hombres, los cuales son el periodo teocrático de Israel con el judaísmo sacerdotal y la era de la iglesia basada en el ministerio de Jesucristo.
En Is. 2:12 se profetiza un ‘día de Jehová’ sobre Judá y Jerusalén (Is. 2:1, 3:1, 3:8) y las naciones vecinas (Is. 2:13-16), siendo esta expresión —día de Jehová— un sinónimo de “la presencia temible de Jehová y del resplandor de su majestad” (Is. 2:10), de la cual los hombres se esconderían en las peñas. En la misma profecía vemos que la expresión ‘el día de Jehová’ (Is. 2:12) es un sinónimo para la declaración: “Jehová vendrá a juicio” (Is. 3:14). Todo esto se cumple con la caída de Jerusalén en el 586 a.C. y las incursiones a las naciones vecinas de Judá entre el 585 y el 571 a.C. por los caldeos liderados por Nabucodonosor.
Más ejemplos de ‘venidas’ de Jehová Dios en el Antiguo Testamento se hallan en: Gn. 18:21, Ex. 3:8, 34:5, Núm. 11:17, Dt. 4:11-14, 33:2, Sal. 50:3, 72:6, 96:13, 97:5, 144:5, Is. 26:21, 29:6, 31:4, 64:3, 66:15, Jer. 4:13-28, Os. 8:1, Zac. 1:16, 9:14, 14:3-6.
La naturaleza de la parusía de Cristo sería en su gloria divina, anunciada por Jesús con sus ángeles y en las nubes de gloria: “Porque el Hijo del Hombre vendrá en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno conforme a sus obras” (Mt. 16:27, cf. 13:49-50, 24:30-31, 26:63-64 y otros). Luego de su muerte y resurrección, Jesús esperaba recobrar su gloria divina:
Ahora pues, Padre, glorifícame tú al lado tuyo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo fuese. (Jn. 17:5).
Jesús luego de su ascensión al cielo se encuentra a la diestra del poder de Dios (Mr. 16:9, Hch. 2:33, 7:55-56, Rom. 8:34, Col. 3:1, Heb. 12:2, entre otros., cf. Jn. 13:31-36), con aquella gloria divina de antes que lo material existiera. Jesús ahora había reingresado al reino celestial eterno. Así, la Deidad de Cristo —totalmente espiritual e incorruptible— es la naturaleza que, según las Escrituras, se manifiesta en Él después de su ascensión, no su composición carnal y corpórea; como dice Pablo: “la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción” (1 Co. 15:50, cf. 1 Ti. 6:14-16 y Lc. 24:39).
No se trata entonces del regreso físico de un hombre lacerado de unos 65 kg., como plantea la posición futurista, esto no es la gloria divina de Jesús que tenía antes de que el mundo fuese. Como se ha venido diciendo, se trata de una manifestación en su faceta divina y no humana, de la misma forma que Dios juzgaba divinamente en el Antiguo Testamento. La postura preterista afirma que esta "venida", que esta manifestación divina ES la destrucción de Jerusalén y su Templo.
Por Leopoldo :
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