Post by Admin on Jan 16, 2024 5:12:57 GMT
La ausencia del preterismo total en el primer siglo
Recapitulando antecedentes que ya se han expuesto en
capítulos anteriores, el hecho mismo que los judíos contemporáneos
a Cristo hayan sido la generación mala y perversa que rechazó y
mató al Señor; la que vería sobre ellos mismos recaer toda la
calamidad profetizada en el Nuevo Testamento, explica también por
qué no encontramos evidencia del preterismo total en los primeros
siglos de la iglesia. El antijudaísmo dejó una fuerte marca en
muchos aspectos. El rechazo de Jesús y su crucifixión por los judíos
generó en los creyentes gentiles (bajo influencia helenística) este
temprano sentimiento de antipatía. Muchos de los primeros
personajes prominentes dentro de la iglesia, los padres de la iglesia,
entendían que Dios desechó y maldijo al judaísmo con la
destrucción del Templo, de Jerusalén y de la mayor parte de los
judíos, interpretando que el pacto de Dios con el hombre era ahora
en el cristianismo. Esto se reflejó de muchas otras formas en el
cristianismo patrístico en general, donde a partir del año 70 d.C. se
tomaron varias acciones para separarse del judaísmo: desde la
adopción de la Septuaginta griega como el texto y canon del Antiguo
Testamento en desmedro del texto hebreo, hasta la adopción del
domingo como día de reposo en desmedro del sábado. De esta
forma, los padres de la iglesia desecharon también mucho del
pensamiento hebreo en el cristianismo en virtud de la filosofía griega
que era considerada por ellos como mucho más pura que las
prácticas y métodos judíos de interpretación. Esto se manifestó
especialmente la escuela alejandrina, cuyo uso de la alegoría para
interpretar la Escritura sería empleado por estos autores cristianos
primitivos para demostrar que el pueblo judío había perdido el favor
de Dios.
De esta manera, en los primeros momentos del cristianismo
posterior a los apóstoles surgieron interpretaciones alegóricas de las
Escrituras, como se detalla y ejemplifica en la sección sobre el
Método Alegórico del capítulo dos. En este contexto, C. H. Dodd
señala: “Por el contrario [en contraste con el judaísmo palestino], en
el mundo helenístico estaba muy difundido el empleo de mitos,
interpretados alegóricamente, como vehículo de una doctrina
esotérica, y no es extraño que se esperara de los maestros
cristianos algo semejante. Esto es, indudablemente, lo que dio lugar
a interpretaciones erróneas”. R. T. France, acertadamente indica
que para la interpretación de la profecía apocalíptica en el Nuevo
Testamento se depende de la familiaridad del intérprete con el
lenguaje y las imágenes del Antiguo Testamento. Milton Terry —
en la misma línea— afirma que “Una interpretación acabada de las
porciones proféticas de las Escrituras Santas depende grandemente
del dominio de los principios y leyes del lenguaje figurado y del de
tipos y símbolos”. Cabe indicar que, por el rechazo al
pensamiento judío, los padres de la iglesia no estaban familiarizados
con el lenguaje e imaginería hebrea a un nivel adecuado, sino que
aplicaban los principios de la filosofía helenística para interpretar las
Escrituras (que consideraban más puros que lo que pueda provenir
de los judíos), haciendo una lectura directa de los textos del Nuevo
Testamento en su sentido más literal, añadiendo alegorizaciones
propias del helenismo e ignorando en buena medida la
hermenéutica hebrea. Si bien, la filosofía griega influyó
positivamente en el pensamiento cristiano primitivo, periodo donde
se desarrollaron muchas de las doctrinas fundamentales para el
cristianismo en general de todos los tiempos, también fue el punto
de origen de varias interpretaciones imprecisas, alegorizadas,e
incluso, llanamente erradas, como se ha ejemplificado en el capítulo
dos. De acá recordamos la siguiente observación de Terry:
Alegorías análogas abundan en los primitivos padres
cristianos. Así vemos que Clemente de Alejandría,
comentando sobre la prohibición mosaica de comer el cerdo,
el halcón, el águila y el cuervo, hace la siguiente observación:
El cerdo es el emblema de la codicia voluptuosa y sucia, de
alimento... El águila indica latrocinio, el halcón injusticia y el
cuervo voracidad. Acerca de Éxodo 15:1, Jehová se ha
magnificado... echando en la mar al caballo y su jinete.
Clemente observa: Al efecto brutal y con muchos miembros, la
codicia, con el jinete montado, que da las riendas a los
placeres, lo lanza al mar, -arrojándolos a los desórdenes del
mundo.
Como se argumentó también en la primera parte, la tradición
de la iglesia es falible ya que está sujeta al error propio del hombre
caído. A pesar de que la guía del Espíritu Santo ha permanecido la
iglesia a lo largo de los siglos, siempre ha habido errores
interpretativos y diferentes corrientes de pensamiento en el
cristianismo, lo cual refleja que a pesar de esta guía divina, hay
también influencia de la naturaleza humana caída en la historia de la
iglesia y en sus doctrinas. En dicho capítulo también se fundamenta
que solo la Biblia es infalible por su origen divino, por lo tanto, es la
única fuente válida de autoridad. También se reconoce que, aunque
la tradición y los estudios teológicos pueden fallar, estos también
son muy útiles y dignos de consideración; grandes aportes de vital
importancia en el desarrollo del cristianismo, pero no infalibles. A su
vez, los concilios y confesiones han tenido un contexto histórico que
los ha moldeado. En los primeros siglos de la iglesia, las grandes
controversias estaban centradas fundamentalmente en la
cristología. Respecto a la escatología, no es hasta el siglo XVI que
recién se le pone algo de atención. Louis Berkhof señala que: “La
doctrina de las cosas últimas nunca fue el centro de la atención; es
una de las doctrinas menos desarrolladas… Sus elementos
principales han sido un tanto constantes, los que prácticamente
constituyen todo el dogma de la Iglesia respecto a las cosas futuras.
Ocasionalmente, puntos de vista desviacionistas ocuparon un lugar
más o menos importante en la discusión teológica, pero éstos no
fueron incorporados en las Confesiones de la Iglesia”.
Sin embargo, todo esto no responde a la pregunta válida de que,
si el preterismo total es cierto y que la destrucción del Segundo
Templo en el año 70 fue la parusía de Jesucristo, ¿cómo fue que los
apóstoles sobrevivientes a ese evento no corrigieron el error de
seguir esperando a la segunda venida?
En esto, tenemos a Tomás, martirizado en Partia en el 72 d.C.,
de cuya doctrina no hay testimonios confiables, y al apóstol
Juan, quien vivió al menos hasta fines del siglo I. Jerónimo comenta
en sus trabajos que Juan fue visto en el año 96 y que estaba tan
viejo y débil que “era con dificultad llevado a la iglesia, y sólo podía
decir unas pocas palabras al pueblo”. Jerónimo describe
puntualmente que Juan no podía ir por su pie a las reuniones de los
cristianos, y los discípulos lo llevaban en una silla a las asambleas
de los fieles de Éfeso. El apóstol solo se limitaba a decir “Hijitos,
amaos los unos a los otros”. Cuando le preguntaron por qué repetía
siempre la frase, Juan respondió: “Porque ese es el mandamiento
del Señor y, si lo cumplís, lo habréis hecho todo”. Su discípulo
directo más reconocido, Policarpo, nació en el año 69, por lo que en
estos momentos tenía unos 16 años. La doctrina que recibió de
Juan —por lo que se puede deducir— no fue muy detallada ni
profunda, más bien recibió un discipulado sobre verdades
esenciales y básicas provenientes del ya anciano apóstol. El
discípulo de Policarpo, Ireneo, de quien se tienen escritos más
extensos, se aventuró a escribir que Jesús enseñó durante su edad
adulta posterior y su vejez, viviendo hasta entrada la década de los
50 años, también confundió a uno de los apóstoles con Santiago
el Justo, el hermano de Jesús, o que confundió al Apóstol Juan
con Juan el Presbítero como maestro de Papías. Ireneo también
tenía muchos planteamientos teológicos basados en la alegoría,
muy apartado de los escritos de Juan y que serían cuestionables en
la doctrina protestante actual, como que de la misma forma en que
Cristo es el postrer y perfecto Adán (Rom. 5:12-21), la virgen María
es la postrera Eva, afirmando que “siguiendo el modo inverso de la
atadura, se han de desatar los primeros nudos, luego los segundos,
los cuales a su vez desatarán los primeros”, revirtiendo así María
con su obediencia la maldición de la desobediencia de Eva.
Lamentablemente, Juan ya estaba a una edad muy avanzada
para exponer y defender todas las verdades y doctrinas de Cristo, lo
cual se puede apreciar en los cambios que fue sufriendo la doctrina
desde el periodo apostólico al de los padres, por lo que no sería
forzado argumentar que la respuesta al asunto del porqué no se
transmitió la idea que la parusía ya se había consumado en ese
tiempo, es porque Juan no estaba en condiciones para defender
doctrinas más complejas, y según se ha dicho, se limitaba a
recordar lo esencial del evangelio. Para finales del primer siglo, ya la
iglesia había tomado su rumbo propio de la mano de las
interpretaciones alegóricas griegas y alejadas de la imaginería y el
lenguaje figurado hebreo, por lo que, a esas alturas, y prácticamente
sin sobrevivientes de los dichos directos de Jesús luego del año 70,
la iglesia tomó el curso doctrinal al que le permitía acceder su propia
hermenéutica helenizada, curso doctrinal que esperaba una venida
física y personal de Jesucristo, descendiendo desde las nubes para
establecer un reino terrenal con una gloriosa ciudad en el medio.
Tomado del Libro “Apocalipsis de los judíos” de Leopoldo Orellana.
Recapitulando antecedentes que ya se han expuesto en
capítulos anteriores, el hecho mismo que los judíos contemporáneos
a Cristo hayan sido la generación mala y perversa que rechazó y
mató al Señor; la que vería sobre ellos mismos recaer toda la
calamidad profetizada en el Nuevo Testamento, explica también por
qué no encontramos evidencia del preterismo total en los primeros
siglos de la iglesia. El antijudaísmo dejó una fuerte marca en
muchos aspectos. El rechazo de Jesús y su crucifixión por los judíos
generó en los creyentes gentiles (bajo influencia helenística) este
temprano sentimiento de antipatía. Muchos de los primeros
personajes prominentes dentro de la iglesia, los padres de la iglesia,
entendían que Dios desechó y maldijo al judaísmo con la
destrucción del Templo, de Jerusalén y de la mayor parte de los
judíos, interpretando que el pacto de Dios con el hombre era ahora
en el cristianismo. Esto se reflejó de muchas otras formas en el
cristianismo patrístico en general, donde a partir del año 70 d.C. se
tomaron varias acciones para separarse del judaísmo: desde la
adopción de la Septuaginta griega como el texto y canon del Antiguo
Testamento en desmedro del texto hebreo, hasta la adopción del
domingo como día de reposo en desmedro del sábado. De esta
forma, los padres de la iglesia desecharon también mucho del
pensamiento hebreo en el cristianismo en virtud de la filosofía griega
que era considerada por ellos como mucho más pura que las
prácticas y métodos judíos de interpretación. Esto se manifestó
especialmente la escuela alejandrina, cuyo uso de la alegoría para
interpretar la Escritura sería empleado por estos autores cristianos
primitivos para demostrar que el pueblo judío había perdido el favor
de Dios.
De esta manera, en los primeros momentos del cristianismo
posterior a los apóstoles surgieron interpretaciones alegóricas de las
Escrituras, como se detalla y ejemplifica en la sección sobre el
Método Alegórico del capítulo dos. En este contexto, C. H. Dodd
señala: “Por el contrario [en contraste con el judaísmo palestino], en
el mundo helenístico estaba muy difundido el empleo de mitos,
interpretados alegóricamente, como vehículo de una doctrina
esotérica, y no es extraño que se esperara de los maestros
cristianos algo semejante. Esto es, indudablemente, lo que dio lugar
a interpretaciones erróneas”. R. T. France, acertadamente indica
que para la interpretación de la profecía apocalíptica en el Nuevo
Testamento se depende de la familiaridad del intérprete con el
lenguaje y las imágenes del Antiguo Testamento. Milton Terry —
en la misma línea— afirma que “Una interpretación acabada de las
porciones proféticas de las Escrituras Santas depende grandemente
del dominio de los principios y leyes del lenguaje figurado y del de
tipos y símbolos”. Cabe indicar que, por el rechazo al
pensamiento judío, los padres de la iglesia no estaban familiarizados
con el lenguaje e imaginería hebrea a un nivel adecuado, sino que
aplicaban los principios de la filosofía helenística para interpretar las
Escrituras (que consideraban más puros que lo que pueda provenir
de los judíos), haciendo una lectura directa de los textos del Nuevo
Testamento en su sentido más literal, añadiendo alegorizaciones
propias del helenismo e ignorando en buena medida la
hermenéutica hebrea. Si bien, la filosofía griega influyó
positivamente en el pensamiento cristiano primitivo, periodo donde
se desarrollaron muchas de las doctrinas fundamentales para el
cristianismo en general de todos los tiempos, también fue el punto
de origen de varias interpretaciones imprecisas, alegorizadas,e
incluso, llanamente erradas, como se ha ejemplificado en el capítulo
dos. De acá recordamos la siguiente observación de Terry:
Alegorías análogas abundan en los primitivos padres
cristianos. Así vemos que Clemente de Alejandría,
comentando sobre la prohibición mosaica de comer el cerdo,
el halcón, el águila y el cuervo, hace la siguiente observación:
El cerdo es el emblema de la codicia voluptuosa y sucia, de
alimento... El águila indica latrocinio, el halcón injusticia y el
cuervo voracidad. Acerca de Éxodo 15:1, Jehová se ha
magnificado... echando en la mar al caballo y su jinete.
Clemente observa: Al efecto brutal y con muchos miembros, la
codicia, con el jinete montado, que da las riendas a los
placeres, lo lanza al mar, -arrojándolos a los desórdenes del
mundo.
Como se argumentó también en la primera parte, la tradición
de la iglesia es falible ya que está sujeta al error propio del hombre
caído. A pesar de que la guía del Espíritu Santo ha permanecido la
iglesia a lo largo de los siglos, siempre ha habido errores
interpretativos y diferentes corrientes de pensamiento en el
cristianismo, lo cual refleja que a pesar de esta guía divina, hay
también influencia de la naturaleza humana caída en la historia de la
iglesia y en sus doctrinas. En dicho capítulo también se fundamenta
que solo la Biblia es infalible por su origen divino, por lo tanto, es la
única fuente válida de autoridad. También se reconoce que, aunque
la tradición y los estudios teológicos pueden fallar, estos también
son muy útiles y dignos de consideración; grandes aportes de vital
importancia en el desarrollo del cristianismo, pero no infalibles. A su
vez, los concilios y confesiones han tenido un contexto histórico que
los ha moldeado. En los primeros siglos de la iglesia, las grandes
controversias estaban centradas fundamentalmente en la
cristología. Respecto a la escatología, no es hasta el siglo XVI que
recién se le pone algo de atención. Louis Berkhof señala que: “La
doctrina de las cosas últimas nunca fue el centro de la atención; es
una de las doctrinas menos desarrolladas… Sus elementos
principales han sido un tanto constantes, los que prácticamente
constituyen todo el dogma de la Iglesia respecto a las cosas futuras.
Ocasionalmente, puntos de vista desviacionistas ocuparon un lugar
más o menos importante en la discusión teológica, pero éstos no
fueron incorporados en las Confesiones de la Iglesia”.
Sin embargo, todo esto no responde a la pregunta válida de que,
si el preterismo total es cierto y que la destrucción del Segundo
Templo en el año 70 fue la parusía de Jesucristo, ¿cómo fue que los
apóstoles sobrevivientes a ese evento no corrigieron el error de
seguir esperando a la segunda venida?
En esto, tenemos a Tomás, martirizado en Partia en el 72 d.C.,
de cuya doctrina no hay testimonios confiables, y al apóstol
Juan, quien vivió al menos hasta fines del siglo I. Jerónimo comenta
en sus trabajos que Juan fue visto en el año 96 y que estaba tan
viejo y débil que “era con dificultad llevado a la iglesia, y sólo podía
decir unas pocas palabras al pueblo”. Jerónimo describe
puntualmente que Juan no podía ir por su pie a las reuniones de los
cristianos, y los discípulos lo llevaban en una silla a las asambleas
de los fieles de Éfeso. El apóstol solo se limitaba a decir “Hijitos,
amaos los unos a los otros”. Cuando le preguntaron por qué repetía
siempre la frase, Juan respondió: “Porque ese es el mandamiento
del Señor y, si lo cumplís, lo habréis hecho todo”. Su discípulo
directo más reconocido, Policarpo, nació en el año 69, por lo que en
estos momentos tenía unos 16 años. La doctrina que recibió de
Juan —por lo que se puede deducir— no fue muy detallada ni
profunda, más bien recibió un discipulado sobre verdades
esenciales y básicas provenientes del ya anciano apóstol. El
discípulo de Policarpo, Ireneo, de quien se tienen escritos más
extensos, se aventuró a escribir que Jesús enseñó durante su edad
adulta posterior y su vejez, viviendo hasta entrada la década de los
50 años, también confundió a uno de los apóstoles con Santiago
el Justo, el hermano de Jesús, o que confundió al Apóstol Juan
con Juan el Presbítero como maestro de Papías. Ireneo también
tenía muchos planteamientos teológicos basados en la alegoría,
muy apartado de los escritos de Juan y que serían cuestionables en
la doctrina protestante actual, como que de la misma forma en que
Cristo es el postrer y perfecto Adán (Rom. 5:12-21), la virgen María
es la postrera Eva, afirmando que “siguiendo el modo inverso de la
atadura, se han de desatar los primeros nudos, luego los segundos,
los cuales a su vez desatarán los primeros”, revirtiendo así María
con su obediencia la maldición de la desobediencia de Eva.
Lamentablemente, Juan ya estaba a una edad muy avanzada
para exponer y defender todas las verdades y doctrinas de Cristo, lo
cual se puede apreciar en los cambios que fue sufriendo la doctrina
desde el periodo apostólico al de los padres, por lo que no sería
forzado argumentar que la respuesta al asunto del porqué no se
transmitió la idea que la parusía ya se había consumado en ese
tiempo, es porque Juan no estaba en condiciones para defender
doctrinas más complejas, y según se ha dicho, se limitaba a
recordar lo esencial del evangelio. Para finales del primer siglo, ya la
iglesia había tomado su rumbo propio de la mano de las
interpretaciones alegóricas griegas y alejadas de la imaginería y el
lenguaje figurado hebreo, por lo que, a esas alturas, y prácticamente
sin sobrevivientes de los dichos directos de Jesús luego del año 70,
la iglesia tomó el curso doctrinal al que le permitía acceder su propia
hermenéutica helenizada, curso doctrinal que esperaba una venida
física y personal de Jesucristo, descendiendo desde las nubes para
establecer un reino terrenal con una gloriosa ciudad en el medio.
Tomado del Libro “Apocalipsis de los judíos” de Leopoldo Orellana.