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LA CAIDA DE BABILONIA.
¡Salid de ella! (Rev. 18:1-8).
Ahora Juan es presentado a otro ángel – probablemente el Señor Jesucristo, considerando la descripción de Él, comparada con afirmaciones sobre Cristo en el evangelio de Juan: Baja del cielo (Jn. 3:13, 31; 6:38, 58), tiene gran autoridad (Jn. 5:27; 10:18; 17:2), y que la tierra fue iluminada con su gloria (Jn. 1:4-5, 9, 14; 8:12; 9:5; 11:9; 12:46; comp. 1 Tim. 6:16). Las expresiones son paralelas con las de Rev. 10:1, que, como hemos visto, claramente hablan del Hijo de Dios. La última frase es virtualmente una repetición de Ezek. 43:2, donde dice de Dios que “la tierra resplandecía a causa de su gloria». Cristo mismo, que trae la ira de Dios sobre la ciudad-ramera, viene a proclamar el juicio de ella. La destrucción de los apóstatas del pacto manifiesta la autoridad de Dios y su gloria en la tierra.
v2 La proclamación del mensajero de Dios es consistente (comp. Rev. 14:8): Ha caído, ha caído Babilonia la grande. Su destino es seguro, y por eso de él se habla como ya completado. Esto es similar a la endecha que Amós cantó contra Israel:
Cayó la virgen de Israel, y no podrá levantarse ya más; fue dejada sobre su tierra, no hay quien la levante. (Amos 5:2).
La apostasía de Jerusalén se ha vuelto tan grande que su juicio es permanente e irrevocable. Ella es Babilonia, la implacable enemiga de Dios, habiéndose convertido en habitación de demonios y guarida de todo espíritu inmundo, y albergue de toda ave inmunda y aborrecible, en contraste con la Nueva Jerusalén de Rev. 21:27 (“no entrará en ella ninguna cosa inmunda»). La ramera está en un desierto (Rev.17:3), habiendo sido dejada desolada por sus pecados (Rev. 17:16; comp. Mat. 24:15; nuestras palabras soledad, desierto, desolación, y desolado son básicamente la misma palabra en griego). Como ya hemos observado, el desierto es el lugar de pecado y de los demonios (Mat. 12:43; comp. Lk. 8:27). Una fuente importante para esto e la desolación original del mundo por medio de la rebelión, inspirada por los demonios, contra Dios (Gen. 3:17-18). Siguiéndose de esto, en el día de expiación, un macho cabrío era llevado al desierto, llevando sobre sí los pecados del pueblo. Se decía que este macho cabrío “expiatorio» era, literalmente, enviado para o por “Azazel» (Lev. 16:8, 10, 26), 1 un nombre para la cabra salvaje que vivía en el desierto. 2 Isaías había profetizado sobre la desolación de Babilonia:
Dormirán allí las fieras del desierto, y sus casas se llenarán de hurones; allí habitarán avestruces, y allí saltarán las cabras salvajes. (Is. 13:21)
La ira de Dios contra Edom se expresa en un lenguaje muy parecido:
No se apagará de noche ni de día, perpetuamente subirá su humo; de generación en generación será asolada, nunca jamás pasará nadie por ella. Se adueñarán de ella el pelícano y el erizo, la lechuza y el cuervo morarán en ella; y se extenderá sobre ella cordel de destrucción, y niveles de asolamiento … En sus alcázares crecerán espinos, y ortigas y cardos en sus fortalezas; y serán morada de chacales, y patio para los pollos de los avestruces. Las fieras del desierto se encontrarán con las hienas, y la cabra salvaje gritará a su compañero; la lechuza también tendrá allí morada, y hallará para sí reposo. (Is. 34:10-14).
Ahora el decreto del ángel aplica las antiguas maldiciones a los rebeldes judíos del siglo primero. Porque Israel rechazó a Cristo, la nación entera es poseída por demonios, por completo más allá de toda esperanza de reforma (comp. Mat. 12:38-45; Rev. 9:1-11). Subraya la tragedia de esto el uso que Juan hace del término morada (katoiketerion), una palabra usada en alguna otra parte para indicar el lugar de la Presencia especial de Dios, en el cielo, en la santa ciudad, en el templo, y en la Iglesia; “en el lugar (katoiketerion) de tu morada que tú has preparado, oh Jehová» (Ex. 15:17; comp. 1 Kings 8:39, 43, 49; 2 Crón. 30:27; Ps. 33:14; 76:2; 107:7; Eph. 2:22). Jerusalén, que había sido la morada de Dios, ahora se ha convertido en morada inmunda de demonios.
v3 El abandono de Israel y la perversión de su llamado como maestro-sacerdote para las naciones se menciona nuevamente como la razón de su destrucción (comp. Rev. 14:8; 17:2, 4). Ha fornicado con las naciones, con los reyes, y con los mercaderes, prostituyendo sus dones en vez de guiar a las naciones hacia el reino, uniéndose a ellas en el intento de derribar al Rey. El énfasis sobre los mercaderes más probablemente está relacionado con las actividades comerciales alrededor del templo (véase más abajo, sobre Rev.18:11-17 a). La corrupción del comercio en el templo afectó la liturgia de la nación. Toda vida fluye del centro religioso de la cultura; 3 si el núcleo está podrido, la fruta no vale nada. Fue por esto por lo que Jesús entró en conflicto con los cambistas del templo (Mat. 21:12-13; Jn. 2:13-22). Observando que muchos de los negocios pertenecían a la familia del sumo sacerdote, Ford cita la caracterización que hace Josefo del sumo sacerdote Ananías como “el gran procurador del dinero». En particular, “la corte de los gentiles parece haber sido escenario de un floreciente comercio en sacrificios de animales, posiblemente apoyado por la familia del sumo sacerdote». 4 Esto concordaría con la observación ya hecha, de que Babilonia no es ninguna prostituta ordinaria: Su castigo por medio del fuego indica que ella es de la clase sacerdotal (véase el comentario sobre Rev. 17:16).
v4-5 Puesto que Israel debía ser destruído, los apóstoles pasaron gran parte de su tiempo durante los últimos días llamando al pueblo a separarse de él, urgiéndoles a que, en su lugar, se unieran a la Iglesia (comp. Acts 2:37-40; 3:19-26; 4:8-12; 5:27-32). Este es el mensaje de Juan en Apocalipsis. El pueblo de Dios no debe buscar reformar a Israel, con su nueva religión del judaísmo, sino que debe abandonarle a su suerte. Los judíos habían “probado la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero» – la era introducida por el acto redentor de Cristo – y habían apostatado. Sería “imposible renovarlos para arrepentimiento». El judaísmo – el vano intento de continuar el Antiguo Pacto mientras se rechaza a Cristo “está reprobado, próximo a ser maldecido, y su fin es el ser quemado» (Heb. 6:4-8). La religión del Antiguo Pacto no puede ser revivida; es imposible tener el Pacto sin Cristo. No puede haber “regreso» a algo que nunca existió, pues aun los padres bajo el Antiguo Pacto adoraron a Cristo bajo las señales y los sellos de la era provisional (1 Cor. 10:1-4). Ahora que “el siglo venidero» ha llegado, la salvación es con Cristo y la Iglesia. Sólo la destrucción espera a los que están identificados con la ramera: Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados y no recibáis de sus plagas (comp. Heb. 10:19-39; 12:15-29; 13:10-14). El tiempo para el arrepentimiento de Israel se ha acabado, y sus pecados se han acumulado [literalmente, se han adherido] hasta el cielo (comp. Gen. 19:13; 2 Crón. 28:9; Esdras 9:6; Jer. 51:9; Jonás 1:2). Jesús había predicho que esta generación crucificadora “colmaría la medida de la culpa» de sus rebeldes padres, y que por eso sobre ellos caería “toda la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra» (Mat. 23:32-35). Esta profecía se cumplió dentro del primer siglo, como observó Pablo: “Ellos no agradan a Dios, y se oponen a todos los hombres, impidiéndonos hablar a los gentiles para que éstos se salven; así colman ellos siempre la medida de sus pecados, pues vino sobre ellos la ira hasta el extremo» (1 Thes. 2:15-16).
Por lo tanto, se exigía, no sólo separación religiosa – para que no participéis de sus pecados – sino que era necesaria también la separación física, geográfica (comp. Mat. 24:16-21), para que no recibáis de sus plagas. El lenguaje recuerda el llamado de Dios a su pueblo a salir de Babilonia al final del cautiverio. Los textos del Antiguo Testamento hablan en términos de tres ideas: la venidera destrucción de Babilonia, la venidera redención del fiel pueblo del pacto, y la reconstrucción del templo (Esdras 1:2-3; Is. 48:20; 52:11-12; Jer. 50:8; 51:6, 9, 45). De manera similar, el pueblo del Nuevo Pacto habría de separarse de Israel. Los perseguidores estaban a punto de sufrir destrucción a manos de Dios, la redención de la Iglesia se acercaba (Lk 21:28, 31), y el Nuevo Templo estaba a punto de ser establecido plenamente.
v6-8 El justo Juez exige restitución: Dadle a ella como ella os ha dado, y pagadle doble según sus obras; en el cáliz en que ella preparó bebida, preparadle a ella el doble (comp. Jer. 50:15, 29; Ps. 137:8; Is. 40:2). Esta orden, presumiblemente, fue dada, o a los ángeles del cielo, o a los ejércitos romanos que son agentes de la ira de Dios. La expresión traducida aquí como pagarle el doble tiene en realidad una duplicación hebraica del término, proporcionando un “doble testimonio», para fines de énfasis: Doble para sus cosas dobles. Esta es la restitución ordinaria requerida por la ley bíblica (Ex. 22:4, 7). 5 Por esto, hasta el punto en que ella se glorificó a sí misma y vivió sensualmente, hasta ese mismo punto dadle tormento y luto. En la Biblia, una restitución doble (o múltiple) no es más de lo que el criminal merece. Es exactamente lo que merece – una contabilidad estricta y proporccional de ira según el principio de la lex talionis de equivalencia de Dios: “vida por vida, ojo po ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe» (Ex. 21:23-25).
Este castigo le sobreviene a la ramera porque ella dice en su corazón: Yo estoy sentada como reina, y no soy viuda, y no veré llanto – en paralelo con el alarde de la iglesia laodicense: “Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad» (Rev. 3:17). El texto está basado en la condena de Babilonia por parte de Dios en Is. 47:6-11, un pronunciamiento del juicio que vendría sobre ella por maltratar al pueblo del pacto:
No les tuviste compasión; sobre el anciano agravaste mucho tu yugo. Dijiste: Para siempre seré señora; y no has pensado en esto, ni te acordaste de tu postrimería. Oye, pues, ahora esto, mujer voluptuosa, tú que estás sentada confiadamente, tú que dices en tu corazón: Yo soy, y fuera de mí no hay más; no quedaré viuda, y no conoceré orfandad. Estas dos cosas te vendrán de repente en un mismo día, orfandad y viudez; en toda su fuerza vendrán sobre tí, a pesar de la multitud de tus hechizos y de tus muchos encantamientos. Porque te confiaste en tu maldad, diciendo: Nadie me ve. Tu sabiduría y tu misma ciencia te engañaron, y dijiste en tu corazón: Yo y nadie más. Vendrá, pues, sobre tí mal, cuyo nacimiento no sabrás; caerá sobre tí quebrantamiento, el cual no podrás remediar; y destrucción que no sepas vendrá de repente sobre tí. Is. 47:6-11
Jerusalén ha cometido el pecado de Eva, que fornicó con el dragón, al buscar hacerse ella Dios (Gen. 3:5); porque, cuando ella dice: “Yo soy», contradice la declaración del Dios Altísimo: “Yo soy Jehová, y no hay otro Salvador» (Is. 43:11). Por lo cual en un día vendrán sus plagas; muerte, llanto y hambre, y será quemada con fuego; porque poderoso es Dios el Señor, que la juzga. El día del Señor vendría sobre Israel en juicio ardiente, trayendo destrucción repentina (1 Tes. 5:2-3). Aquí, el término día no significa ninguna duración específica de tiempo, sino que se usa para indicar relativa rapidez, y para subrayar que la destrucción de Jerusalén no sería un suceso al azar: vendría como el día del juicio. Como hija del sacerdote que se volvió ramera, sería quemada con fuego (Lev. 21:9). Después de que llegó aquel día terrible, “no quedó nada para hacer creer a los que iban allí ni siquiera de que había estado habitada».
¡Salid de ella! (Rev. 18:1-8).
Ahora Juan es presentado a otro ángel – probablemente el Señor Jesucristo, considerando la descripción de Él, comparada con afirmaciones sobre Cristo en el evangelio de Juan: Baja del cielo (Jn. 3:13, 31; 6:38, 58), tiene gran autoridad (Jn. 5:27; 10:18; 17:2), y que la tierra fue iluminada con su gloria (Jn. 1:4-5, 9, 14; 8:12; 9:5; 11:9; 12:46; comp. 1 Tim. 6:16). Las expresiones son paralelas con las de Rev. 10:1, que, como hemos visto, claramente hablan del Hijo de Dios. La última frase es virtualmente una repetición de Ezek. 43:2, donde dice de Dios que “la tierra resplandecía a causa de su gloria». Cristo mismo, que trae la ira de Dios sobre la ciudad-ramera, viene a proclamar el juicio de ella. La destrucción de los apóstatas del pacto manifiesta la autoridad de Dios y su gloria en la tierra.
v2 La proclamación del mensajero de Dios es consistente (comp. Rev. 14:8): Ha caído, ha caído Babilonia la grande. Su destino es seguro, y por eso de él se habla como ya completado. Esto es similar a la endecha que Amós cantó contra Israel:
Cayó la virgen de Israel, y no podrá levantarse ya más; fue dejada sobre su tierra, no hay quien la levante. (Amos 5:2).
La apostasía de Jerusalén se ha vuelto tan grande que su juicio es permanente e irrevocable. Ella es Babilonia, la implacable enemiga de Dios, habiéndose convertido en habitación de demonios y guarida de todo espíritu inmundo, y albergue de toda ave inmunda y aborrecible, en contraste con la Nueva Jerusalén de Rev. 21:27 (“no entrará en ella ninguna cosa inmunda»). La ramera está en un desierto (Rev.17:3), habiendo sido dejada desolada por sus pecados (Rev. 17:16; comp. Mat. 24:15; nuestras palabras soledad, desierto, desolación, y desolado son básicamente la misma palabra en griego). Como ya hemos observado, el desierto es el lugar de pecado y de los demonios (Mat. 12:43; comp. Lk. 8:27). Una fuente importante para esto e la desolación original del mundo por medio de la rebelión, inspirada por los demonios, contra Dios (Gen. 3:17-18). Siguiéndose de esto, en el día de expiación, un macho cabrío era llevado al desierto, llevando sobre sí los pecados del pueblo. Se decía que este macho cabrío “expiatorio» era, literalmente, enviado para o por “Azazel» (Lev. 16:8, 10, 26), 1 un nombre para la cabra salvaje que vivía en el desierto. 2 Isaías había profetizado sobre la desolación de Babilonia:
Dormirán allí las fieras del desierto, y sus casas se llenarán de hurones; allí habitarán avestruces, y allí saltarán las cabras salvajes. (Is. 13:21)
La ira de Dios contra Edom se expresa en un lenguaje muy parecido:
No se apagará de noche ni de día, perpetuamente subirá su humo; de generación en generación será asolada, nunca jamás pasará nadie por ella. Se adueñarán de ella el pelícano y el erizo, la lechuza y el cuervo morarán en ella; y se extenderá sobre ella cordel de destrucción, y niveles de asolamiento … En sus alcázares crecerán espinos, y ortigas y cardos en sus fortalezas; y serán morada de chacales, y patio para los pollos de los avestruces. Las fieras del desierto se encontrarán con las hienas, y la cabra salvaje gritará a su compañero; la lechuza también tendrá allí morada, y hallará para sí reposo. (Is. 34:10-14).
Ahora el decreto del ángel aplica las antiguas maldiciones a los rebeldes judíos del siglo primero. Porque Israel rechazó a Cristo, la nación entera es poseída por demonios, por completo más allá de toda esperanza de reforma (comp. Mat. 12:38-45; Rev. 9:1-11). Subraya la tragedia de esto el uso que Juan hace del término morada (katoiketerion), una palabra usada en alguna otra parte para indicar el lugar de la Presencia especial de Dios, en el cielo, en la santa ciudad, en el templo, y en la Iglesia; “en el lugar (katoiketerion) de tu morada que tú has preparado, oh Jehová» (Ex. 15:17; comp. 1 Kings 8:39, 43, 49; 2 Crón. 30:27; Ps. 33:14; 76:2; 107:7; Eph. 2:22). Jerusalén, que había sido la morada de Dios, ahora se ha convertido en morada inmunda de demonios.
v3 El abandono de Israel y la perversión de su llamado como maestro-sacerdote para las naciones se menciona nuevamente como la razón de su destrucción (comp. Rev. 14:8; 17:2, 4). Ha fornicado con las naciones, con los reyes, y con los mercaderes, prostituyendo sus dones en vez de guiar a las naciones hacia el reino, uniéndose a ellas en el intento de derribar al Rey. El énfasis sobre los mercaderes más probablemente está relacionado con las actividades comerciales alrededor del templo (véase más abajo, sobre Rev.18:11-17 a). La corrupción del comercio en el templo afectó la liturgia de la nación. Toda vida fluye del centro religioso de la cultura; 3 si el núcleo está podrido, la fruta no vale nada. Fue por esto por lo que Jesús entró en conflicto con los cambistas del templo (Mat. 21:12-13; Jn. 2:13-22). Observando que muchos de los negocios pertenecían a la familia del sumo sacerdote, Ford cita la caracterización que hace Josefo del sumo sacerdote Ananías como “el gran procurador del dinero». En particular, “la corte de los gentiles parece haber sido escenario de un floreciente comercio en sacrificios de animales, posiblemente apoyado por la familia del sumo sacerdote». 4 Esto concordaría con la observación ya hecha, de que Babilonia no es ninguna prostituta ordinaria: Su castigo por medio del fuego indica que ella es de la clase sacerdotal (véase el comentario sobre Rev. 17:16).
v4-5 Puesto que Israel debía ser destruído, los apóstoles pasaron gran parte de su tiempo durante los últimos días llamando al pueblo a separarse de él, urgiéndoles a que, en su lugar, se unieran a la Iglesia (comp. Acts 2:37-40; 3:19-26; 4:8-12; 5:27-32). Este es el mensaje de Juan en Apocalipsis. El pueblo de Dios no debe buscar reformar a Israel, con su nueva religión del judaísmo, sino que debe abandonarle a su suerte. Los judíos habían “probado la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero» – la era introducida por el acto redentor de Cristo – y habían apostatado. Sería “imposible renovarlos para arrepentimiento». El judaísmo – el vano intento de continuar el Antiguo Pacto mientras se rechaza a Cristo “está reprobado, próximo a ser maldecido, y su fin es el ser quemado» (Heb. 6:4-8). La religión del Antiguo Pacto no puede ser revivida; es imposible tener el Pacto sin Cristo. No puede haber “regreso» a algo que nunca existió, pues aun los padres bajo el Antiguo Pacto adoraron a Cristo bajo las señales y los sellos de la era provisional (1 Cor. 10:1-4). Ahora que “el siglo venidero» ha llegado, la salvación es con Cristo y la Iglesia. Sólo la destrucción espera a los que están identificados con la ramera: Salid de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados y no recibáis de sus plagas (comp. Heb. 10:19-39; 12:15-29; 13:10-14). El tiempo para el arrepentimiento de Israel se ha acabado, y sus pecados se han acumulado [literalmente, se han adherido] hasta el cielo (comp. Gen. 19:13; 2 Crón. 28:9; Esdras 9:6; Jer. 51:9; Jonás 1:2). Jesús había predicho que esta generación crucificadora “colmaría la medida de la culpa» de sus rebeldes padres, y que por eso sobre ellos caería “toda la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra» (Mat. 23:32-35). Esta profecía se cumplió dentro del primer siglo, como observó Pablo: “Ellos no agradan a Dios, y se oponen a todos los hombres, impidiéndonos hablar a los gentiles para que éstos se salven; así colman ellos siempre la medida de sus pecados, pues vino sobre ellos la ira hasta el extremo» (1 Thes. 2:15-16).
Por lo tanto, se exigía, no sólo separación religiosa – para que no participéis de sus pecados – sino que era necesaria también la separación física, geográfica (comp. Mat. 24:16-21), para que no recibáis de sus plagas. El lenguaje recuerda el llamado de Dios a su pueblo a salir de Babilonia al final del cautiverio. Los textos del Antiguo Testamento hablan en términos de tres ideas: la venidera destrucción de Babilonia, la venidera redención del fiel pueblo del pacto, y la reconstrucción del templo (Esdras 1:2-3; Is. 48:20; 52:11-12; Jer. 50:8; 51:6, 9, 45). De manera similar, el pueblo del Nuevo Pacto habría de separarse de Israel. Los perseguidores estaban a punto de sufrir destrucción a manos de Dios, la redención de la Iglesia se acercaba (Lk 21:28, 31), y el Nuevo Templo estaba a punto de ser establecido plenamente.
v6-8 El justo Juez exige restitución: Dadle a ella como ella os ha dado, y pagadle doble según sus obras; en el cáliz en que ella preparó bebida, preparadle a ella el doble (comp. Jer. 50:15, 29; Ps. 137:8; Is. 40:2). Esta orden, presumiblemente, fue dada, o a los ángeles del cielo, o a los ejércitos romanos que son agentes de la ira de Dios. La expresión traducida aquí como pagarle el doble tiene en realidad una duplicación hebraica del término, proporcionando un “doble testimonio», para fines de énfasis: Doble para sus cosas dobles. Esta es la restitución ordinaria requerida por la ley bíblica (Ex. 22:4, 7). 5 Por esto, hasta el punto en que ella se glorificó a sí misma y vivió sensualmente, hasta ese mismo punto dadle tormento y luto. En la Biblia, una restitución doble (o múltiple) no es más de lo que el criminal merece. Es exactamente lo que merece – una contabilidad estricta y proporccional de ira según el principio de la lex talionis de equivalencia de Dios: “vida por vida, ojo po ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe» (Ex. 21:23-25).
Este castigo le sobreviene a la ramera porque ella dice en su corazón: Yo estoy sentada como reina, y no soy viuda, y no veré llanto – en paralelo con el alarde de la iglesia laodicense: “Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad» (Rev. 3:17). El texto está basado en la condena de Babilonia por parte de Dios en Is. 47:6-11, un pronunciamiento del juicio que vendría sobre ella por maltratar al pueblo del pacto:
No les tuviste compasión; sobre el anciano agravaste mucho tu yugo. Dijiste: Para siempre seré señora; y no has pensado en esto, ni te acordaste de tu postrimería. Oye, pues, ahora esto, mujer voluptuosa, tú que estás sentada confiadamente, tú que dices en tu corazón: Yo soy, y fuera de mí no hay más; no quedaré viuda, y no conoceré orfandad. Estas dos cosas te vendrán de repente en un mismo día, orfandad y viudez; en toda su fuerza vendrán sobre tí, a pesar de la multitud de tus hechizos y de tus muchos encantamientos. Porque te confiaste en tu maldad, diciendo: Nadie me ve. Tu sabiduría y tu misma ciencia te engañaron, y dijiste en tu corazón: Yo y nadie más. Vendrá, pues, sobre tí mal, cuyo nacimiento no sabrás; caerá sobre tí quebrantamiento, el cual no podrás remediar; y destrucción que no sepas vendrá de repente sobre tí. Is. 47:6-11
Jerusalén ha cometido el pecado de Eva, que fornicó con el dragón, al buscar hacerse ella Dios (Gen. 3:5); porque, cuando ella dice: “Yo soy», contradice la declaración del Dios Altísimo: “Yo soy Jehová, y no hay otro Salvador» (Is. 43:11). Por lo cual en un día vendrán sus plagas; muerte, llanto y hambre, y será quemada con fuego; porque poderoso es Dios el Señor, que la juzga. El día del Señor vendría sobre Israel en juicio ardiente, trayendo destrucción repentina (1 Tes. 5:2-3). Aquí, el término día no significa ninguna duración específica de tiempo, sino que se usa para indicar relativa rapidez, y para subrayar que la destrucción de Jerusalén no sería un suceso al azar: vendría como el día del juicio. Como hija del sacerdote que se volvió ramera, sería quemada con fuego (Lev. 21:9). Después de que llegó aquel día terrible, “no quedó nada para hacer creer a los que iban allí ni siquiera de que había estado habitada».